El drama de los refugiados
El drama humano de los refugiados que se ha visibilizado en los últimos años con éxodos masivos no es tan diferente del drama humanitario al que ya estamos acostumbrados desde el siglo pasado de los emigrantes africanos dejándose la vida en el Mediterráneo. Al final, sus motivos son los mismos, y se basan, fundamentalmente, en que en sus Estados la existencia es insufrible y prefieren morir en la lucha por la supervivencia a seguir allí muertos en vida. Su única posibilidad es la huida hacia la vida.
Desde que empecé a trabajar como periodista en el 2000, he denunciado en unos cuantos reportajes la sangría de los pobres subsaharianos en El Estrecho, ese cementerio acuático. Con respecto a los refugiados, no he podido cubrirlo periodísticamente, pero esta aberración me sigue pareciendo lamentable, inaceptable y denunciable hasta que consigamos parar el holocausto soterrado que los países que alimentan la industria armamentística están cometiendo contra las víctimas.
Pero, sobre todo, me preocupa que las poblaciones acomodadas de nuestros países privilegiados se lo tomen como un asunto ajeno que sólo ven televisado y jamás les puede pasar a ellos. Porque esa gente que ahora se arrastra con sus escasas pertenencias por el mundo antes vivía como nosotros, con nuestro mismo nivel adquisitivo y semejantes servicios, comodidades y derechos.
Así que sí podríamos ser nosotros si a otro país más poderoso le da por tirar las bombas sobre nuestras cabezas y, de repente, ya no podemos seguir residiendo en nuestras casas ni disfrutando por nuestras calles.
Podrías ser tú. ¡Sí, tú!
Por eso he recreado escenas de una familia media prototípica en su vida cotidiana y la he puesto en confrontación con escenas en la que esa misma familia se enfrenta a la miseria de los refugiados en los campos donde malviven hacinados, a la pérdida de sus derechos humanos fundamentales y a la absoluta carencia en cuanto sus necesidades más básicas.
Y son escenas que he sacado de los relatos de los corresponsales que están describiendo desde el terreno las abominables situaciones que presencian, de modo que no pueden ser más reales, aunque se presenten en este libro con las magníficas ilustraciones de mi compañera.
Por lo menos, para que los que tenemos la suerte de vivir bien todavía aprendamos a valorar lo que tenemos y vivamos el presente como se merece. Porque nunca se sabe si mañana seremos quienes salgamos en los medios implorando compasión aferradas a una verja fronteriza.
Fotografía de Silvina Pellegrini